Scully— ¿Que tu hermana fue abducida por
alienígenas? Eso es ridículo. Mulder— Bueno, mientras no puedas probar
lo contrario, tendrás que aceptar que es cierto. (De la serie de televisión
Expediente X).
Llamó Locke argumento ad ignorantiam al que se apoya en
la incapacidad de responder por parte del adversario. El proponente estima
que su afirmación es admisible — aunque no la pruebe— si nadie puede encontrar
un argumento que la refute. — Le
he suspendido porque usted copió en el examen. —
Eso no es cierto. —
¿Puede usted demostrar que no copió? Usted
no demuestra que A sea falso. Luego
A es cierto. Como nadie puede probar lo contrario, decimos que esta falacia
se ampara en la ignorancia o presunta ignorancia del interlocutor. —El hombre de Atapuerca empleaba la
falacia ad ignorantiam. ¿Puede usted probar lo contrario? —No. — Luego es cierto. Quien conozca algo sobre el llamado pensamiento primitivo
aducirá que es inimaginable que los cavernícolas emplearan recursos ajenos a
sus necesidades dialécticas y que exigen un desarrollo intelectual y social
muy superior. Ahora bien, quien no conoce estas cosas ¿qué puede responder? —
Las mujeres están emocionalmente incapacitadas para gobernar. —
¿Por qué? No me parece cierto. —
¿Puedes darme las razones por las que piensas que están capacitadas? No se trata de si uno puede o no aportar tales razones (tal vez
ni se ha parado a pensarlo). La proposición inicial no ha sido demostrada. Encuentra esta falacia un terreno muy favorable en todas las
situaciones en que es imposible confirmar o refutar una afirmación: A mi déjame de historias: o pruebas que
Dios no existe o te callas. ¿Puedes asegurar que no he tenido tres
encarnaciones anteriores y que no volveré a reencarnarme? No puedes probar que los espíritus de los
muertos no regresan a la tierra para comunicarse con los vivos. Se supone algo como cierto porque es imposible probar su
falsedad. Tal es el caso de los extraterrestres, los fenómenos paranormales,
los duendes o el monstruo del lago Ness. Por ejemplo, se puede afirmar que
existen habitantes en otros planetas porque nadie ha demostrado que no
existan. Nadie ha demostrado que los
extraterrestres no existan. Debemos concluir que existen. En sentido inverso se puede argumentar: Nadie ha demostrado que los
extraterrestres existan. Luego no existen. Se ve que nuestra ignorancia sirve lo mismo para probar una cosa
y su contraria. Nos encontramos en esta falacia ante las situaciones más flagrantes de inversión de la Carga de la prueba esa maniobra que traslada al oponente la responsabilidad de probar la falsedad de lo que uno afirma. En lugar de aportar argumentos, busca un apoyo falaz en el desconocimiento ajeno o en la imposibilidad de probar lo contrario. Lo que de verdad se ignora en la Falacia ad ignorantiam es el principio que dice: Probat qui dicit, non qui negat. Incumbe la prueba al que afirma, no al que niega. Quien sostenga que existen extraterrestres debe probarlo y quien disponga de razones para pensar que el hombre de Atapuerca cultivaba falacias, debe exponerlas. De otro modo nada se demuestra.
Señor Tatcher—¿Barcos españoles cerca de las costas de Estados Unidos? No hay la menor prueba de lo que dices. ¿Cómo te atreves a afirmar que...? Señor Kane— Demuestre lo contrario. (De la película Ciudadano Kane.)
En los tribunales, por supuesto, está prohibido el paso a la
falacia ad ignorantiam. Quien acusa debe probar su acusación más
allá de toda duda razonable (In dubio, pro reo), y quien la rechaza
no precisa probar nada, porque se le presume inocente. Le basta con refutar los
argumentos de la acusación. Ahora bien ¿constituye esta presunción de
inocencia una falacia ad ignorantiam? Aparentemente, sí: El acusado es inocente porque usted no
puede demostrar lo contrario.
No estamos ante una falacia porque la presunción de inocencia no
prueba ni pretende probar la inocencia. Puede muy bien darse el caso de un culpable
cuyo delito no se logre demostrar. Estamos ante una regla prudencial
que, para evitar el castigo injusto de los inocentes, aconseja considerar a
todos los acusados como si fueran inocentes mientras no se demuestre lo
contrario. Cuando un jurado dice inocente o no culpable (not
guilty), no pretende afirmar la inocencia, sino la falta de pruebas, y eso
es lo que importa, pues sólo se castiga la culpa probada. Los jueces de la
Roma republicana al votar la sentencia de un caso dudoso escribían en su
tablilla: N.L. que significa non liquet (no está claro que sea
culpable). Tal vez nuestras sentencias, para evitar equívocos, debieran decir: no
ha sido probada la acusación. En suma, un acusador que traslada la carga de
la prueba es falaz. Un acusado que exige la prueba, no, porque no está obligado
a probar su inocencia. (En muchísimas ocasiones es imposible probar la
inocencia.)[1]
Desgraciadamente, a veces ocurre que se invierten las cosas y lo
que era presunción de inocencia se transforma en presunción de
culpabilidad, con lo cual se obliga al acusado a probar su inocencia.
Tamaño desvergonzado empleo de la falacia ad ignorantiam ocurre cuando
se produce alarma social por delitos como violaciones, narcotráfico,
corrupciones políticas, abuso sexual de la infancia o malos tratos a mujeres.
En estos casos, no es raro que se invierta la carga de la prueba y que baste la
sospecha para establecer una condena (aunque adopte la forma de una prisión
provisional). La sociedad parece aceptar el riesgo de castigar inocentes con
tal que no escape ningún culpable. Lo mismo ocurre cuando median prejuicios
sociales o raciales aplicables al sospechoso: un gitano, un inmigrante o un
negro, como
ejemplificaba aquella joya del cine titulada Matar a un ruiseñor. Es la
misma actitud que históricamente ha caracterizado a la caza de brujas.
A este desorden mental corresponde la falacia de McCarthy, que popularizó dicho
senador norteamericano en un período de histeria colectiva ante la Amenaza
Roja: No tengo mucha información sobre las
actividades de este sujeto, excepto la constancia de que no hay nada en los
archivos del FBI que niegue sus conexiones comunistas. Como nada prueba que no sea usted comunista, debemos concluir que es usted comunista. Así pensaba el público norteamericano y así piensan todos los públicos en situaciones epidémicas de histeria colectiva en las que arraiga y se extiende como un contagio la presunción de culpabilidad. Es una actitud tan absurda como la siguiente:
El
FBI no ha logrado demostrar que Smith no estuvo en la escena del crimen la noche
del 25 de Junio, por lo que podemos concluir que estuvo allí. Una advertencia: cuando se solicita la dimisión o destitución de un cargo público presuntamente implicado en un caso de corrupción ¿se incurre en una presunción de culpabilidad? Algunos piensan que sí y, en consecuencia, defienden que nadie dimita o sea destituido hasta que un tribunal se pronuncie. Esto es una falacia. Al solicitar la dimisión de un cargo público sospechoso, no se presume su culpabilidad sino su incapacidad para seguir ocupando un puesto de confianza, aunque sea inocente. Lo que resuelvan los tribunales es otra historia. Las personas que ocupan cargos públicos deben ser como la mujer del César. La mejor manera de combatir la falacia ad ignorantiam
consiste en exigir que se atienda la carga de la prueba, es decir, que quien
sostiene algo o acusa a otra persona, pruebe sus afirmaciones. Cualquier otro
camino nos deja en manos del argumentador falaz. El acusado que, en lugar de
exigir pruebas, intenta demostrar su inocencia, acentúa las sospechas. En las situaciones inverificables o infalsables, es decir
cuando no es posible ni probar la verdad ni la falsedad de algo, como ocurre
con los extraterrestres, siempre podemos alegar que no sabemos lo suficiente
para formar un juicio ni a favor, ni en contra: ¿cómo se prueba que Dios existe
o que no existe? Nuestra conclusión debe ser que, a la luz de la razón, la cuestión
está abierta. Debiéramos decir que es una cuestión no pertinente
o impertinente, pero nunca faltan indocumentados que toman esta
expresión como un insulto. Me resisto a creer que el mundo haya
sido creado por la divina sabiduría, aunque no estoy seguro de lo contrario.[2] Hermano Jorge—
Las escrituras no dicen que Dios riera Fray
Guillermo— Tampoco dicen que no lo hiciera (de la película El nombre
de la rosa) No incurre en esta falacia quien argumenta Ex silentio,
aunque pudiera hacerlo. |
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[1] Todas las reglas prudenciales ofrecen
el aspecto de una falacia ad ignorantiam sin serlo: no sé si la
escopeta está cargada, luego debo suponer que lo está, por si acaso. No son
falaces porque no pretenden demostrar nada sino tomar en consideración una
posibilidad real y peligrosa para actuar en consecuencia. La duda
persiste.
[2] Cicerón. Cuestiones Académicas.